Expongo mi caso concreto.
Comienzo a trabajar en una residencia de mayores en el año 86 en un puesto que nada tiene que ver con el enunciado de este escrito.
Mi ilusión es acabar pronto mis tareas para ir con los auxiliares de enfermería a ayudarlos con las comidas, aseo o lo que haga falta en su trabajo diario con los residentes.
La encargada lo ve y me anima a estudiar el módulo para conseguir la titulación necesaria.
Lo hago y me dedico a esa profesión durante casi doce años. Y cuando digo me dedico no es sólo al aseo y manutención que es lo básico en el puesto.
Me DEDICO porque me encanta estar con ellos. Hablar y escuchar sus historias, aprender, pasear, bromear, discutir también, hacer actividades extra como excursiones, juegos, actuaciones… En definitiva, convivir con ellos más allá de lo que mi profesión me exige y todo ello porque me apetece.
Han pasado muchos años desde que fui cambiando de puesto hasta llegar al actual.
Sigo en el sector después de tanto tiempo pero aún hay días en que el paso por las plantas me hace añorar aquellos maravillosos años donde estuve mano a mano con mis «viejinos».
Considero que es una profesión que debería de ser vocacional.
El salario no es acorde a la dedicación pero por desgracia no es el único que sufre esta precariedad. Así que, más a mi favor, para considerar la vocación como uno de los requisitos indispensables para el puesto.
No se trata de trabajar con cosas, estamos hablando de trabajar con personas que además son mayores, están fuera de sus casas y en muchas ocasiones aquejados de diversas dolencias.
Por eso es tan importante que el personal que los atienda QUIERA de verdad, eso, ATENDERLOS en cualquier cosa que necesiten.

Cármen Martínez
Subdirectora de Ovida Asistencial